Cuando lo que queremos, no siempre es lo mejor
- Si lo Hubiera Pensado Blog
- Oct 20, 2022
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Por muchos años mi foco ha sido tener todo lo que afortunadamente tengo hoy: el privilegio de tener una carrera hecha en compañías admiradas, la oportunidad y la capacidad de impactar a otros, compartir mi conocimientos, e incluso el honor de construir junto a ustedes esta misma plataforma que es Si Lo Hubiera Pensado, en la que mis retos personales se han convertido para muchos un acompañamiento. Pero hay días, muchos, en los que prevalece es una sensación de vacío o cansancio eterno donde nada me motiva.
Ante estos estados de ánimo, continuamente me cuestiono, ¿de qué me sirve haber logrado tanto, sin tener el tiempo o la energía suficiente para vivirlo o disfrutarlo? Suelo llamar esas etapas de cuestionamiento existencial hoyos negros que, con el tiempo, he inclusive logrado ver cuándo se avecinan o qué los detona. Y en medio de uno de estos agujeros, leí un newsletter de The Artidote que hablaba justamente sobre el reto que es recibir lo que queremos, y la lucha que a la vez representa el mantenerlo. Y en ese momento muchas de esas frustraciones a las que no siempre encuentro explicación, hicieron click de una forma casi instantánea.
Y es que desear un crecimiento como un nuevo trabajo, una mudanza, un cambio de ciudad o país, o inclusive una relación, y que se dé, no significa necesariamente que estemos listos para tener ese próximo paso. Sí, ya sé que va en contra de todo el discurso positivista de que recibimos lo que nos corresponde; esa prédica de que si manifestamos las cosas y se dan es porque la merecemos. Pero pensemos esto con mayor detenimiento y calma. Si bien es cierto que las cosas que nos suceden y nos llegan son porque nos tocan (creo firmemente que en la vida hay cosas inexplicables que ni aunque te quites, ni aunque te pongas), muchas veces son sucesos que nos caen para enseñarnos algo de nosotros mismos, más que para retenerlos como un nuevo status quo.
Hagamos el pequeño ejercicio de pensar esto desde alguna experiencia personal en la que hayan logrado un cambio de trabajo, o la compra de su apartamento, en fin, una meta muy soñada. Una vez el efecto de adrenalina y euforia pasan, los sentimientos y sensaciones que conllevan nuestra adaptación al cambio suelen ser más agridulces y encontrados. La energía que debemos sostener y la transformación de nosotros mismos que mantener estas nuevas situaciones implica para estar al pie de la letra con ellas muchas veces superan nuestra imaginación. Cito el newsletter al concluir que: “Estos son momentos en los que nuestra capacidad para recibir se pone a prueba.”
¿De qué tipo de pruebas estamos hablando? Todo depende de la etapa personal en la que estemos, pero sobre todo, de las cosas que queremos para nosotros mismos. Creo que entre las respuestas más inmediatas ante esta pregunta podríamos citar nuestra capacidad de resiliencia, muy en sintonía con la nuestra presente cultura que premia el aguante sin importar el costo, aunque nos está empujando al límite de la cordura. Pero cuando evaluemos estas ‘pruebas’, creo que también es tiempo de aprovechar estas tensiones para medir qué tan conscientes somos de cuidarnos a nosotros mismos y no rompernos en el camino de mantener lo que tenemos. Inclusive, si vamos más lejos, validar si ese nuevo status quo es lo que verdaderamente queremos.
En nuestro Decálogo de Buenas Costumbres, la última buena costumbre y para la más importante, es ponernos como a nosotros mismos como nuestra principal prioridad. Y es en este tipo de pruebas, donde tenemos el reto de recibir algo nuevo, donde esta costumbre cobra su valor. Esto muchas veces significa evaluar si lo que tenemos es lo mejor para nosotros. Entender si la vida que estamos viviendo y las decisiones que estamos tomando realmente van en dirección a las vidas que queremos vivir. Tomemos diez segundos y preguntémonos a nosotros mismos, ¿cuántas veces esta semana puse mi persona y mi integridad como prioridad ante todos los acontecimientos de mi día a día? Después de todo, descarrilarse es mucho más fácil de lo que se cree, sobre todo en una sociedad con tantos estímulos y en la que el éxito en muchos casos se basa en el estatus social.
Estas nuevas etapas en los que estamos probando, explorando, me atrevería a decir que hasta entrenando nuestra capacidad de recibir, y de crecer, para encajar en los nuevos roles que la vida nos presenta, es muy importante alinear si realmente esto nuevo que tenemos se corresponde con la esencia de lo que queremos ser. Al momento de sentir estas tensiones, esa sensación en la que ya no hay cómo estirarse más para dar a vasto, es la oportunidad perfecta para realizarnos preguntas clave como:
¿acaso es así como quiero vivir mi vida? ¿Podríamos convertir nuestros días, en vez de llenos de tareas, en llenos de sentido? ¿Estoy invirtiendo mi tiempo en hacer cosas donde quiero tener mi corazón de lleno, o solo por cumplirlas? ¿Cuál es la visión mayor hacia la que estoy trabajando? ¿Estoy experimentando esta única vida que tengo con toda la integridad y autenticidad con la que deseo vivirla? ¿Acaso lo que pienso, siento, digo y hago reflejan lo que verdaderamente soy, y lo que quiero ser?
Una de mis mejores amigas recientemente tomó la valiente decisión e renunciar a su trabajo, porque justamente al cuestionarse varias de estas preguntas con consciencia, muchas de las respuestas no hubiesen sido de su agrado. (OJO, no estoy diciendo que hay que renunciar a lo que hacemos como resultado de este ejercicio, todo tiene su ruta). Hace algunos días tenía una conversación con otra de mis amigas, en la que terminamos en un tópico similar. Al igual que yo en lo que se calificaría por muchos como una ‘excelente posición’ laboral, pero su presente está marcado por la frustración que le genera mantener este estilo de vida, dando todo por el todo, y sacrificando cosas que tienen mayor valor para ella, como es el tiempo de calidad con sus amigos y familia.
En esta última conversación, cabe destacar que se añadió una capa más al conflicto interno de mantener el nuevo status quo al que mi amiga se ha sometido: el de no ‘tirar la toalla’.
Pero, ¿qué significa ‘tirar la toalla’? Y más importante aún, ¿qué toalla estamos tirando? La de aquellas cosas que queremos retener pero obstaculizan la persona que queremos ser, o esa la de las cosas que realmente son la esencia de la vida que queremos vivir. Suelo decir mucho en mi entorno laboral, que todo en la vida son decisiones. Cada una con sus sacrificios, unas más acertadas que otras, y al final nuestro día a día se trata de entender muchas veces, de qué queremos prescindir o cómo vamos a convivir con las consecuencias que trae cada una de ellas cuando las tomamos.
Hay valor en saber decir que algo no es correcto para nosotros, por más codiciado que sea. Se necesita de valentía para alejarse muchas veces de cosas desde una óptica son perfectas, pero no necesariamente corresponden con nosotros. Y no pasa nada con eso. Habrán otras personas para las cuales esas mismas cosas sí serán el encaje perfecto, al igual que hay otras circunstancias que para nosotros sí están supuestas a ser. La única forma de saberlo es arriesgarnos a recibirlas. Y confiar en que poner a prueba nuestra capacidad de recibir, nos dará la inteligencia y guía para seguir construyendo esa persona que deseamos ser.
Recomendación imperdible:
En sintonía con toda esta filosofía existencial y la búsqueda de nosotros mismos, nuestra esencia, resulta imperdible el Tiny Desk de Carla Morrison. Para que conozcan un poco más de su historia, Carla Morrison abandonó su carrera tras un diagnóstico de depresión. Su regreso se da a través de su disco “El Renacimiento”, que considera su principal herramienta de sanación en este proceso. Cabe destacar que somos fan de Carla Morrison desde “Todo Pasa”, una canción que sirve de himno para cualquier persona que en algún momento haya atravesado algún proceso de ansiedad.
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