Vivir deprisa y sin recuerdos
- Si lo Hubiera Pensado Blog
- Sep 11, 2022
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Pau Donés, en su última entrevista concedida antes de morir, contaba al periodista y su amigo Jordi Évole* del valor de alejarse del ruido para centrarse en vivir la vida. Desde su diagnóstico con cáncer en 2015, el líder y cantante de Jarabe de Palo ejemplificó para muchos de nosotros el dogma de vivir la vida en el momento presente. Su diagnóstico sirvió como el catalizador para una reflexión que muchos tenemos, pero que a diferencia de Pau, no accionamos sobre ella:
“En el pasado vivía la vida a toda velocidad, casi siempre en modo futuro.”
Todos los que seguimos a Pau conocemos el resto de la historia: su semi retiro de los escenarios, su reencuentro con su hija, y su reinvención en la música que dieron paso a algunas de sus entregas más icónicas, como “50 palos” y su obra de agradecimiento “Traga y Escupe”. Pau nos regaló un legado de canciones y lecciones cuyo fondo nos invita a apreciar las cosas sencillas, que se presentan en el momento.
En contraste, nosotros nos mantenemos obsesionados con volar diez pasos, seguir corriendo antes de aprender a caminar, llegar al futuro sin asimilar el presente. Nos hemos acostumbrado a un ritmo de vida llevando veinte frentes simultáneos buscando un equilibrio inexistente entre nuestras vidas personales, profesionales, y sociales.
Esta velocidad que nos impulsa, por pura inercia, y que para muchos se ha convertido en la gasolina de nuestro existir, cobró un nuevo sentido en un año en el que todo precepto de normalidad social se canceló y en el que todas las rutinas de convivencia se transformaron. Hemos logrado descortezar nuestras vidas de todas las capas que no nos aportan para identificar las actividades, relaciones, y valores que más nos importan como individuos. Muchos identificamos lo desgastante que es vivir en el futuro y no el presente, lo mucho que hemos perdido por el simple hecho de que en el piloto automático que nos encontrábamos no podemos recordar nuestro ayer.
Y aún así, vivimos a toda prisa. Obsesionados con la velocidad planificando nuestras vidas para cuando se acabe el año, para dentro de dos, cinco, diez años. Cualquier día menos hoy. Creo que como individuos cada uno tiene sus razones particulares para mantener su prisa. Pablo Neruda, al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1971, observó lo siguiente:
“En todo hombre se juntan las épocas remotas, la inercia, los errores, las pasiones, las urgencias de nuestro tiempo, la velocidad de la historia.”
Atendiendo esto, podríamos decir que por las razones correctas, como son nuestros sueños y nuestras esperanzas, es un fenómeno natural romper todas las normas del tiempo para lograr nuestro sentido de propósito. Aquí la prisa no hace daño, sino que es necesaria para llegar a la meta.
Pero por otro lado algunos vivimos a velocidad de una forma inconsciente, más arrastrados por las circunstancias que por nuestra voluntad. ¿Será que la sociedad nos enseña a vivir de esta manera? Seguramente a alguno de ustedes le ha pasado que de un momento a otro, no recuerdan despedirse de alguien al salir de casa, o del trayecto hacia la oficina. Tal vez coincidan en la sensación de que los meses nos pasan encima sin darnos cuenta y no podemos nombrar los sucesos acontecidos en ese espacio de tiempo. Buscamos estar en tantas cosas, que al final no asimilamos ninguna. Evidentemente cada vez más nos perdemos de la propia esencia de vivir, a raíz de la prisa.

El autor checo Milan Kundera describe en su obra La Lentitud una relación importante entre nuestra velocidad y la intensidad de nuestro olvido:
“El grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de memoria; el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido.”
Publicada en 1996, La Lentitud realiza una crítica reflexión sobre cómo vive nuestra sociedad a través de dos historias paralelas que acontecen en el mismo castillo medieval en las afueras de París, una en el siglo XVIII y otra en el presente. No voy a contar aquí cada una de las historias porque no le haría justicia, pero ambas presentan con sus personajes continuas dualidades entre la pausa y la prisa, que ponen a tela de juicio nuestros valores en cuanto a la gestión de nuestro tiempo.
Con el desenlace de sus personajes Kundera deja una observación muy clara, que sigue latente casi veinticinco años después. Estamos sometidos a la velocidad, y considerando la premisa que el grado de prisa es proporcional a nuestro olvido, nos olvidamos de nosotros mismos con el paso del tiempo.
Y considerando esto, aquí viene una reflexión clave: ¿estamos más cerca de nuestro sueño? ¿toda esta prisa y tiempo invertido nos ha acercado a nuestra visión? ¿o acaso sucumbimos al fenómeno del olvido?
Personalmente, no puedo decir que esté más cerca de lo que he soñado para mí. Y probablemente, muchos otros tampoco. Francamente, creo que todos hemos tenido un punto de inflexión en el que nos hemos visto lejos de lo que solíamos o deseábamos ser. O al menos, tan ensimismados en la rutina que hemos sentido el tiempo atropellarnos y no poder recordar nada particular de lo acontecido. Ojo, esto no es negar que en el camino no hayan habido éxitos, méritos, y celebraciones. Solo sabemos que el tiempo pasó, empezamos en un punto A y ahora estamos donde estamos, pero no ya no tenemos claros ni los detalles de nuestra propia vida.
Y ante esto, viendo que seguimos insistiendo en acelerar el tiempo, ya sea para eliminar las incertidumbres que nos trae el presente o llegar a tiempos menos desafiantes, me hago muchas más preguntas. ¿Realmente quiero que pase tan rápido el tiempo, aunque eso implique olvidar muchas de las riquezas que vivo en el día a día? ¿Seguir dejando que la vida me pase por inercia entre tanta prisa? ¿O prefiero cambiar mi ritmo para apreciar las cosas más pequeñas que me pasaban desapercibidas?
Mis respuestas están claras. Ya he perdido suficientes recuerdos.
Existe una segunda interpretación a la novela de Kundera, en la que vivimos en una sociedad tan obsesionada por el deseo de olvidar que hemos entregado nuestro existir a la prisa sin importar las consecuencias. Podría decirse que esta valoración es un poco más cínica y pesimista. Pero luego tenemos a Pau, que nos demuestra con los últimos años de su vida que sí es posible reencontrar el valor de la lentitud, de las pausas, del ahora, y con ello nuestra memoria. Y esto nos deja claro que siempre estamos a tiempo de reinventarnos y aprender a apreciar las cosas simples, asimilar nuestros recuerdos, de dejar de invocar el futuro y empezar a vivir el presente.
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