Desprenderse para vivir mejor
- Si lo Hubiera Pensado Blog
- Sep 11, 2022
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Todos hemos vivido, en algún momento, la necesidad de soltar, o sencillamente aceptar que las cosas no serán como deseábamos. Y algo en lo que todos coincidimos, es que duele desprenderse de nuestras expectativas. A todos se nos dificulta asumir realidades que no esperábamos. Tomar esa decisión clave de aferrarse a lo que ya tenemos y conocemos, o dejar ir para descubrir lo nuevo.
Como seres humanos tenemos muchísimos problemas a la hora de enfrentarnos a la ambigüedad y los cambios. Grandes pensadores a través de los años nos han dejado enseñanzas y moralejas para que podamos abrazar con mayor facilidad las nuevas etapas que la vida nos entrega. Benjamin Franklin, por ejemplo, recomendaba hacer una lista de los pros y contras de una situación para tomar la decisión definitiva con más seguridad. René Descartes, por su parte, era mucho más tajante hacia esta indecisión. En su Tratado de las Pasiones del Alma, escribió:
“No hay justificación para el miedo a lo desconocido: pues frecuentemente las cosas que más nos aterran, antes de experimentarlas, resultan ser mucho mejores que aquellas que deseábamos.”
Y tal como dice Descartes, nuestras experiencias más trascendentales se dan cuando nos lanzamos a lo desconocido. Nuestros mayores aprendizajes, virtudes y nuestra resiliencia relucen para hacernos mejores cuando estamos expuestos en la incertidumbre. Pero si sabemos esto, ¿por qué nos aferramos tanto a lo que conocemos? Sin importar cualquier evidencia y racional, nos mantenemos adheridos al status quo. Definitivamente, el principio del apego prima nuestra forma de ser y sobre todo, nuestras decisiones.
Buda, gran maestro de la filosofía oriental, observó que la principal carga humana se encuentra justamente en nuestra naturaleza de aferrarnos. En el Budismo, el ser humano se define a través de cinco skhandhas o partes: el cuerpo, las sensaciones, la percepción, las formaciones mentales, y la conciencia. Nuestra identidad se manifiesta y se adhiere a estas cinco partes como un todo. Por eso, como individuos, definirnos se manifiesta en frases como: “soy mi cuerpo”, “soy mis sensaciones”, “soy mis percepciones”, o “soy mi conciencia”.
Traigo esto a colación, porque justamente es esta priorización del “soy”, nuestra principal fuente de sufrimiento. Skhandha es la palabra en sánscrito equivalente a agregado, pues estas partes del ser humano, desde la visión budista, no estuvieron concebidas para ser unidades absolutas. Éstas se agregan las unas a las otras para representar la experiencia humana en toda su fluidez y transformación. Son caracteres interdependientes y continuamente variables, cuya esencia es precisamente esa falta de una identidad unificada, contrario a toda nuestra insistencia de atribuirla.
Entonces ¿es nuestro sentido de identidad y nuestro ego esa fuente continua de sufrimiento? ¿Lo que nos dificulta aceptar los cambios que arroja la vida? Pues sí. Es nuestro apego a estos agregados lo que crea nuestras penas y problemas, el fenómeno insatisfacción, y la felicidad impermanente. Mientras más conocimiento acumulamos, más nos apegamos a éste y nuestra tristeza se profundiza. Somos prisioneros de nuestra propia adherencia, creando nuestro propio infortunio.
A medida que crecemos, nos hacemos conscientes de que en nuestra vida cada uno de nosotros tiene una tarea que debe ser realizada. Y algo que tenemos todos en común es este trabajo de autoliberación, de desprendernos de las limitantes que nosotros mismos construimos con nuestros hábitos y pensamientos, que nos causan este sufrimiento. Dhiravamsa, en su libro “La vía del no apego”, comenta:
“Si nos sentimos ligeros, libres de lo que tenemos, lo que pensamos y lo que tratamos de lograr, somos realmente afortunados.”
Y con este comentario, nos expone que cuando aprendemos a dejar ir las cosas, se da un proceso de liberación, una catarsis interna que potencia nuestro bienestar. Entonces, ¿cómo nos liberamos para tomar las mejores decisiones y crecer?
La respuesta se resume en dos palabras: entendimiento y comprensión. Si aprendemos a entendernos, y a observar continuamente nuestros hábitos y pensamientos, empezaremos a encontrar la verdad sobre las tensiones que nos desestabilizan. Observaremos cómo nos apegamos a las situaciones y sensaciones agradables, y cómo nuestro sufrimiento se multiplica cuando éstas dejan de ser. La comprensión, por su parte nos ayuda a aceptar que estos cinco agregados que nos conforman son impermanentes, y así podremos aceptar con mayor facilidad su naturaleza cambiante.
Viviendo con comprensión y entendimiento, encontraremos la fuerza y la serenidad de aceptar las cosas tal cual son. No nos preocuparán los cambios, y aprenderemos a navegar las situaciones desagradables en la vida con una nueva visión, pues en ellas también se presenta la oportunidad de encontrar la verdad y de mejorar lo que ya somos.
Pero lo más importante, es que la comprensión de que todo es por naturaleza variable, que nada es permanente, y por ende, siempre habrá un grado de insatisfacción, es el primer paso hacia la liberación que anhelamos. Y esta liberación de nuestra propia mente es la llave para la felicidad auténtica y nuestro desarrollo como seres humanos. Cuando nos comprendemos plenamente a nosotros mismos, en cada instante de nuestra vida, somos verdaderamente libres, y abrimos nuestro espacio para finalmente crecer.
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