El desgaste colectivo
- Si lo Hubiera Pensado Blog
- Sep 11, 2022
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Shonda Rhimes, en su TED Talk “El año que dije sí a todo” plantea una pregunta que seguramente ha sido un punto de inflexión para todos en algún momento:
“¿qué haces cuando la cosa que haces, el trabajo que te gusta empieza a tener mal sabor?”
Estos son los datos. Dedicamos entre un 30-40% de nuestro tiempo a nuestro trabajo. Este año, para algunos esto se duplicó en el caos que se generó con la pandemia y los retos del trabajo remoto. Esto implica pasar la mitad o más de nuestras horas haciendo algo que en muchos casos, podríamos llegar a resentir, mientras esperamos con ansias que llegue la otra mitad de nuestras horas para dedicarnos a lo que consideramos vivir nuestras vidas.
Les comento un poco de mi experiencia. Desde enero y febrero he estado luchando con la presión del trabajo contra el tiempo, no siempre tener el orden o control sobre las cosas, las horas extras para lograr un resultado, los trasnochos por la ansiedad de ‘lo lograremos?’.
Con el tiempo mi trabajo se adueñó de mis relaciones personales, y tiempo casi nulo para compartir y dedicar a las personas que en el fondo son quienes me acompañan para todo. Mis hobbies y afinidades, también pasaron al segundo plano porque tenía que trabajar turnos maratónicos. Luego llegó COVID, que sumó las pocas horas de dignidad que quedaban como los desayunos, almuerzos y horas de sueño a reuniones eternas en medio de una crisis permanente fuera del control de todos.
Llega un punto que si la mente no dice ‘basta ya’, el cuerpo lo hace. Y ahí llega el punto de inflexión. El momento en el que ese trabajo que haces, te da mal sabor. Esta sensación, conocida formalmente como el burnout, es el puro resultado de la fatiga emocional, de sentirnos exhaustos de nuestra actividad productiva. Es algo que puede pasarnos a todos, ya sea en el trabajo de nuestros sueños o nuestro propio emprendimiento. Si no cuidamos nuestras barreras emocionales, caemos en la sensación de que nuestro trabajo nos quita tiempo de nuestra vida en vez de aportar.
Este desgaste tiene un gran efecto sobre nuestra productividad y nuestra motivación para seguir creciendo. Extendido en largos períodos de tiempo, puede dañar nuestra salud mental y nuestra salud física. Hay evidencia de que debilita el sistema imunológico y causa enfermedades cardiovasculares. Es tal, que la Organización Mundial de la Salud reconoce de forma oficial el ‘síndrome del burnout’ como enfermedad.
En medio de una cultura que premia jornadas de trabajo maratónicas, agregas la incertidumbre de una pandemia y las líneas grises que implica el trabajo remoto, y tienes como resultado la fórmula perfecta para un burnout colectivo.
Uno de los principales agravantes de este desgaste y fatiga emocional, es que sentimos que perdemos nuestro sentido de agencia, ese sentido de control que tenemos sobre nuestras prioridades. Con el tiempo, esta falta de control genera frustración y hasta resentimiento, hacia la oficina, el jefe o compañero que te hace trabajar horas extras, en fin, surgen emociones mucho más negativas a causa de un problema que en muchos casos puede identificarse a la perfección.
Cuando nombramos el cansancio y la frustración por lo que son, es más fácil asimilar que este burnout no es propio, no es algo que está en nuestra mente, sino en nuestras circunstancias. Y cuando aprendemos a nombrar las sensaciones que nos provoca empezamos también a identificar de forma puntual cada una de las situaciones que desencadenan nuestro descontento. Y lo más importante, ¡tomar acción al respecto!
Por ejemplo, tras unas semanas de observación en mi día a día, pude ir identificando qué situaciones me desencadenaban mayor desencanto. Usualmente tenían que ver con la desorganización, que una reunión se extendiera fuera de hora sin necesidad, que me programaran una reunión a último minuto, o en horarios que alteraran mis planes personales. No tengo la solución al problema híper clara, pero sí aplico que no tengo que estar en todas las reuniones, y que no siempre tengo que coger el teléfono…
Otro punto que también nos ayuda a recuperar el control son distracciones que nos ayuden a cambiar el contexto. Shonda Rhimes por ejemplo, menciona jugar con sus hijas como ese ingrediente secreto que le permite desconectar y recuperar la energía emocional que a veces hace falta. Puede ser un hobbie o sencillamente tiempo en el que estemos realmente presentes con esas personas que son nuestros seres queridos.
Estas son pequeñas soluciones individuales, que si bien ayudan, no solucionan el problema a cabalidad. Lo que necesitamos es un cambio de paradigma. Uno en el que estemos realmente dispuestos a: respetar los límites emocionales de los demás y por otro lado ser vulnerables y pedir ayuda cuando hace falta. Nos presionamos nosotros mismos en exceso queriendo llenar expectativas de productividad o competitividad que francamente, no tenemos que llevar solos. Recordemos que una persona que cuida su espacio emocional y sabe pedir ayuda es una señal de fortaleza, en vez de premiar el trabajo 24/7 innecesario. Todo tiene su momento, y si se abusa, también tiene su destrucción.
La autora americana Annie Dillard, recuerda en una frase:
“Como pasamos nuestros días es, por supuesto, cómo pasamos nuestras vidas.”
Y el poeta Johann Wolfgang von Goethe, por otro lado, aconsejaba en a un amigo en una carta que data de 1824:
“Uno debe ser algo para hacer algo.”
Lo cual nos indica que, este tema del burnout, va desde mucho antes de nuestra generación, y nuestros ancestros encontraron una solución muy clara: el cuidado y amor propio. Así que en vez de penalizar o sesgar el crecimiento de alguien que prioriza su bienestar emocional sobre las metas del negocio, celebremos y busquemos como podemos ayudar a compartir su carga. Recordemos que para que todos podamos crecer como colectivo, necesitamos estar bien como individuos primero.
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