La lucha por preservar lo que somos
- Si lo Hubiera Pensado Blog
- Sep 11, 2022
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Uno de mis libros favoritos es ‘Call me by your Name’ de André Aciman. Probablemente está en la cima de mi listado por lo mucho que me conmovió, quizá también le ayuda su película, también entre mis favoritas, más que nada porque me genera la misma catarsis sin importar la cantidad de veces que la vea.
La premisa de ‘Call me by your Name’ es clara y sencilla, es la historia de amor entre Elio y Oliver, y cómo ésta marca a ambos durante el verano que estuvieron juntos. Si bien es un libro cargado de emociones y redactado con de forma tan explícita que eriza la piel, el fragmento más memorable está casi al final del libro, cuando el padre de Elio, el doctor Perlman, le invita apreciar y a reconocer lo mágico que fue su relación vivida:
Si hay dolor, aliméntalo. Si hay una llama, no la apagues, no seas cruel con lo que sientes… Nos despojamos de tanto con tal de curarnos lo más rápido posible, que acabamos rompiéndonos a los 30 años. Cada vez tenemos menos que ofrecer cuando empezamos con alguien nuevo… Nuestros corazones y cuerpos se nos regalan una vez en la vida.
Desde el instante que leí esto supe que sería algo que revisitaría y cargaría conmigo continuamente. Sé que no soy la única, y por eso hoy reflexionamos sobre lo mucho que entregamos y perdemos en nuestro constante formar y desintegrar relaciones, tanto amorosas como de amistad, familiares, o de todo tipo.
Toda relación tiene un punto de partida, en el que cuando sentimos afinidad entregamos lo que somos en cada una de las interacciones que vivimos con esas personas. Es lo que en ahora comúnmente se denomina ‘estar presentes’. Formamos nuestra personalidad y esencia en una especie de proceso continuo de osmosis. Como resultado nuestras personalidades se manifiestan en una especie de mosaicos de todas esas cosas a la que estamos prestando atención en una determinada etapa de nuestras vidas: actividades, temáticas, experiencias, amistades que forman parte de nuestro día a día, entre otros.
Y así como entregamos lo que somos para las cosas que nos generan satisfacción, del mismo modo retraemos y abandonamos esas cosas que somos cuando nuestra ilusión se rompe y las cosas no funcionan. Es como si nuestro mecanismo de defensa es olvidar lo que fue y quiénes fuimos cuándo vivimos ese proyecto o relación que ya no está. Y a esto se refiere Perlman, que evitamos sentir nuestras emociones a cabalidad para superar las desilusiones, y con eso vamos renunciando a las cosas que nos conforman.
El ámbito en el que más vivimos esto probablemente sea nuestra vida amorosa. Ante cada ruptura, nos despojamos de tanto con tal de sufrir menos, de no vivir a cabalidad nuestras emociones, que con el tiempo vamos perdiendo muchas veces los atributos que conforman nuestra personalidad. Con los años hemos entregado o desechado tanto de nosotros mismos que nos queda poco más que la apatía y el resentimiento.
¿Qué pasaría si abrazáramos cada una de nuestras emociones a cabalidad, sin importar a qué parte del espectro pertenecen? Creo que apreciaríamos más nuestras transformaciones personales y la evolución de nuestros sentimientos y experiencias. Sería apreciar nuestro crecimiento y maduración desde una perspectiva distinta, una que logra apreciar no solo las bondades, sino también las desilusiones desde la tranquilidad de que son el curso que deben tomar las cosas para llevarnos a nuestro mejor estado y crecimiento.
La mayor lección que Aciman deja como autor en su obra, es que nuestras vidas son finitas. Por esto vivir a plena conciencia el rango de experiencias, emociones y sensaciones que se nos presentan cobra un significado aún más trascendental. Lo más importante de abrazar nuestras emociones, es que nos permite desarrollar la fortaleza de preservar nuestra esencia y las cosas que aprendemos a ser a pesar de las rupturas que marcan nuestras vidas. Aprendemos a superar y avanzar las tristezas desde la apreciación y curiosidad, lo cual también nos permite vivir con mayor plenitud las nuevas oportunidades que se nos presentan.
¿Acaso todo esto implica que seguiremos siendo los mismos si protegemos y abrazamos nuestras emociones? La respuesta siempre será no. Pero sí podría significar que somos mejores, que seguimos manteniendo nuestros mejores rasgos, y viviendo a plena conciencia los nuevos insumos e interacciones que nos presenta la vida.Y ahí la cosa se pone más interesante.
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