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La violencia del silencio

Hoy 25 de noviembre se conmemora el Día de la No Violencia contra la Mujer. Siendo mujer en un país donde la violencia de género es la norma, no la excepción, veo este día con profunda preocupación considerando los pocos avances que con el pasar de los años seguimos esperando tangibilizar. Esta semana, como no puede ser de otra manera, reflexionamos sobre la violencia de género y el rol implícito que tenemos cada uno de nosotros en la misma, muchas veces sin darnos cuenta.

Empecemos por las cosas que ya sabemos. República Dominicana es el quinto país con la mayor tasa de incidencia de feminicidios en la región de América Latina y el Caribe. Solo este año 94 mujeres han perdido la vida a causa de la violencia de género, y aún queda un mes. Nuestro país, lamentablemente y esperemos que por poco tiempo, aun permite el matrimonio infantil, que no es más que otra forma de violencia sobre las niñas. También en ese renglón nos destacamos con la mayor tasa de la región, un 36%. Y está más que evidenciado que no contamos con un sistema de protección funcional que proteja a las mujeres y niñas y evite que los casos de violencia de género, muchos con ciclos ya reiterativos, no escalen a asesinatos.

Más que concentrarme en estos hechos, conocidos por la vasta mayoría, quiero enfatizar en lo más sutil, que muchas veces se nos pasa por desapercibido. Esos tipos de violencia que no salen en las primeras planas ni se conversan en los programas de opinión, pero que están presenten en nuestro día a día: la psicológica y la simbólica.

Ambos tipos de violencia comparten su efecto de degradar a las mujeres y reducir sus oportunidades, autonomía y posibilidades de crecimiento. Ambas son, también, la entrada hacia otros tipos de violencia más reconocidos como la violencia laboral, sexual o física. La violencia psicológica busca el control sobre la persona y sus decisiones, mientras que la violencia simbólica recoge todos los ‘valores’ y estereotipos que favorecen la discriminación y la desigualdad hacia las mujeres.


Tanto la violencia simbólica como la psicológica están profundamente enraizadas en nuestra cultura y en la forma que vivimos, sin importar nuestro estrato social. Se anclan en nuestro comportamiento colectivo, disfrazados de chistes, comentarios, o consejos. Y aunque no nos demos cuenta, todos contribuimos a estos patrones de violencia. Con nuestra permisividad, y en numerosas ocasiones nuestro silencio, fortalecemos estas demostraciones de violencia y las hacemos parte de nuestra cotidianidad.


Muchos estamos abiertamente en desacuerdo con este tipo de posturas y comportamientos. Dentro de mi círculo, no podría nombrar a nadie que apoye o exprese el acuerdo ante este tipo de situaciones o contextos. Pero seguimos viendo situaciones de violencia en todos los estratos sociales. Entonces, ¿cuál es el nudo o círculo vicioso que hace que el problema persista? Porque si por voluntades u opiniones fuera, la incidencia debería ser mucho menor.


Existe una teoría planteada por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann, que aplica a esta situación. La teoría de la espiral del silencio propone que como personas adaptamos nuestra manera de comportarnos a las opiniones que predominan en el contexto social donde nos encontramos. Antes de profundizar en cómo hemos construido nuestra propia espiral del silencio, conozcamos los puntos clave de este planteamiento:

  • Es un fenómeno que se da únicamente alrededor de debates sobre cuáles conductas son aceptables o no en una sociedad. Dígase, no aplica ante la debacle de que el mejor sabor de helado sea chocolate o vainilla, pero sí en cuestiones de fundamento ético y social como el aborto, el racismo, ideologías políticas, o la violencia de género.

  • La espiral se dibuja a medida que aquellos que se encuentran en un determinado contexto con posiciones minoritarias, van siendo enmudecidos. Ojo, esto no implica ni refleja un cambio de opinión, pero es bien sabido que quien calla otorga.

  • Los medios de comunicación, que en el presente debemos considerar no solo los medios oficiales, sino todos los canales de comunicación que tenemos en nuestras vidas, como las redes sociales, juegan un papel fundamental.

  • Cuando se dan a conocer conductas que transgreden el bienestar social sin emitir ningún tipo de condena, normalizamos estos comportamientos y los hacemos adecuados.

  • Las investigaciones señalan que esta espiral da origen a los patrones de no intervención, incluso en casos masivos de violencia, al ésta ser percibida como una conformidad generalizada de la población.

Ahora traslademos estos hechos a nuestra realidad. Vivimos en una sociedad donde las propias manifestaciones culturales, desde la música hasta algunas de nuestras ‘celebridades’ o figuras destacadas, normalizan estos tipos de violencia y fortalecen estos estereotipos. Y lamentablemente, si bien no todos somos adeptos o consumidores de estas fuentes de entretenimiento, tampoco manifestamos ningún tipo de condena al respecto. Hemos formado nuestra propia espiral alrededor de este tema.


De igual forma, la espiral está presente cuando somos testigos de comentarios o de estereotipos sobre los roles de la mujer, y preferimos no emitir una opinión porque “no es un tema nuestro”, o “es un problema entre ellos”. Con nuestra falta de intervención contribuimos a reforzar estos ciclos de violencia. Muchas veces elegimos el silencio bajo la premisa de seleccionar nuestras batallas y evitar conflictos con los demás, por evitar ofender a un ser querido o sencillamente ‘no echar ese pleito’, pero a veces, son esas pequeñas discusiones las que más importan. Noelle-Neumann explica que muchas veces, construimos estas espirales por nuestro miedo a estar solos.

“Parece que el miedo al aislamiento es la fuerza que pone en marcha la espiral del silencio. Correr en pelotón constituye un estado de relativa felicidad; pero si no es posible, porque no se quiere compartir públicamente una convicción aceptada aparentemente de modo universal, al menos se puede permanecer en silencio como segunda mejor opción, para seguir siendo tolerado por los demás.”

No permitamos que nuestro miedo a estar solos, nos impida provocar y defender los valores en los que creemos, aun cuando seamos minoría, o aun sea ante el gesto más pequeño. Queda más que demostrado que son estos pequeños comentarios y prohibiciones, los que sin ser enfrentados por un largo tiempo, terminan en manifestaciones de violencia mucho más serias.


Este año más que ningún otro, hemos demostrado que cuando rompemos nuestra espiral, logramos resultados, acciones que contribuyen al cambio que necesitamos como sociedad. Lo hicimos en febrero con la suspensión de las elecciones municipales, lo hicimos en julio con nuestras elecciones nacionales, acabamos de hacerlo a través de nuestras redes con el proyecto de ley para anular el matrimonio infantil.


Y hoy también rompemos el silencio abogando por la no violencia. Solo que pensemos un poquito más, ¿qué tipo de no violencia? Rompamos el silencio no solo por lo que ya es obvio, sino por lo que está implícito. Porque de nada servirá tener comisiones, protocolos de atención, o programas de protección, si nosotros no hacemos nuestra parte de enfrentar y corregir esos pequeños actos donde empieza la violencia de género, los estereotipos, chistes o comentarios que normalizan desigualdad hacia la mujer.

 
 
 

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