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Practicar la gratitud

Agradecer es, en esencia, un acto simple. Sin embargo solo lo aplicamos para efectos cumulativos. Al cierre de las cosas, para valorar finales, y no necesariamente de forma activa en nuestras vidas. Agradecemos cuando suceden las cosas que deseamos o esperamos, o cuando sentimos una obligación recíproca por algún bien que hemos recibido de alguien. En tiempos más tristes, buscamos el agradecimiento como ancla para recuperar perspectiva y dimensionar lo positivo que nos rodea. Y en los cierres de ciclos en nuestras vidas, como el final de un año, nuestra gratitud sirve como balanza de resultados.


El concepto de gratitud se hace difícil de definir a cabalidad. Se ha planteado en ocasiones como una emoción, y en otros contextos como una actitud o un hábito. En tiempos antiguos, se calificaba como una virtud, y aun existen contextos donde la gratitud se percibe como un atributo de personalidad o un mecanismo de supervivencia. Pero la experiencia de vivir confirma que todas estas aproximaciones son correctas, y ninguna excluyente de la otra.


El filosofo romano Séneca, uno de los más citados a lo largo de la historia, nos dejó entre sus lecciones que deberíamos intentar por todos los medios sentirnos lo más agradecidos posible. La gratitud es buena para nosotros mismos […] regresa en gran medida a sí misma.


Quizá si estuviésemos conscientes de los beneficios que nos ofrece practicar la gratitud de forma activa, lo hiciéramos de forma más recurrente.


Si bien el estudio de los efectos de la gratitud sobre nuestras vidas aún se encuentra en etapas muy tempranas, expertos han ya identificado efectos positivos sobre nuestro cerebro. Cuando nos sentimos genuinamente agradecidos, se activa positivamente la región del hipotálamo, que regula funciones como la temperatura y el apetito. También se reducen los niveles de dolor físico y contribuye a energizarnos y mejorar el descanso y el sueño.

Ser agradecidos continuamente también nos ayuda a preservar nuestra salud mental. La gratitud auténtica es un excelente instrumento para alejar las emociones dañinas con la frustración y la culpa. El acto de agradecer regula nuestra respuesta humana a los beneficios que percibimos al motivarnos a reconocerlos y a extenderlos a otros, y por inercia nos empuja a ser mejores personas.


John Henry Jowett, un reconocido predicador protestante de Inglaterra, no exageraba cuándo decía que “la gratitud es una vacuna, una antitoxina y un antiséptico.” Y si bien estamos ansiosos por la llegada de otra vacuna en específico, creo que no nos viene mal una adicional de este tipo, considerando que no son excluyentes. En un año que pinta ser aun más desafiante que el anterior, la gratitud es probablemente nuestro mejor mecanismo de supervivencia.


Siempre que empieza un nuevo año, todos nos trazamos planes y metas para cumplir durante el período en cuestión. Y si bien este 2021 estamos reticentes a hacer planes, y nos prometimos reducir al mínimo nuestras expectativas conscientes de que si hay una palabra que caracteriza a este año desde el comienzo, es ‘incertidumbre’. Pero eso no desestima que incorporar un nuevo hábito sea una meta que podamos trazar, como el de agradecer de forma más frecuente, más activa, más presente.

 
 
 

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